Vuelvo a publicar la entrada sobre la actuación de Merkel en esta crisis, escrita hace un año, pero que sigue conservando toda su actualidad.
Hace unos días, la prensa internacional se hacía eco de la ‘constructiva’ propuesta alemana de que España e Italia vendiesen sus reservas de oro para rebajar su deuda pública. Previamente había recogido la imaginativa propuesta de que Grecia se deshiciese de sus islas en el Egeo, así como de la gestión de la Acrópolis y demás monumentos nacionales. En los foros de Internet, algunos intervinientes españoles recordaban que Alemania nunca había pagado la indemnización debida por el genocidio de Guernica. ¿Qué le ha pasado a Europa? ¿Cómo hemos llegado a este grado de encanallamiento político?
Parece indudable que la situación se origina en la crisis financiera internacional, y en la incapacidad de Europa de afrontarla conjuntamente. La prensa suele presentar esta incapacidad como resultado de la reticencia de la Canciller Merkel a intervenir decididamente, haciendo valer el peso de la economía alemana en los mercados internacionales. Unos lo interpretan como una defensa justificada del contribuyente alemán frente a la supuesta prodigalidad de los países en dificultades; otros lo ven como insolidaridad con unos socios europeos con los que se comparte moneda, y que están siendo injustamente atacados por los ‘mercados’. Lo sorprendente es que no se baraje abiertamente una tercera interpretación, que, a la luz de la Historia de Europa, debería ser la primera en considerarse: que la actitud alemana va mucho más allá de la mera negación de socorro, y que constituye un ataque activo y consciente contra sus socios europeos menos fuertes, concertado en 2010 con la oligarquía anglo-americana para trasladarles el peso de la crisis.
Es revelador, en este sentido, observar el impacto directo que tuvo la crisis financiera de 2008, y la consiguiente restricción del crédito, sobre las grandes economías del mundo. La economía de Estados Unidos, pese a sus mecanismos de financiación privilegiados, cayó hasta un 2,6% en 2009, mientras que Reino Unido y Alemania cayeron nada menos que un 6% y 5%, respectivamente. Otras economías europeas, como la francesa y la española, experimentaron una contracción más moderada, del 3,5% y 3,7%, respectivamente. Fue en este contexto en el que produjo la famosa cena del 8 de febrero de 2010, donde un grupo de grandes hedge funds, acordaron coordinarse para atacar conjuntamente al Euro, por vía de los mercados de deuda soberana de determinados países miembros. Así lo contó, con todo detalle, el propio Wall Street Jornal, diario conocido como la ‘Biblia del Capitalismo’:
Pero no es fácil atacar una moneda de la magnitud del Euro, que cuenta con unas instituciones capaces de atajar movimientos especulativos percibidos como peligrosos. El ataque sólo sería posible si alguien atase las manos de esas instituciones, y para ello se necesitaría un colaborador de peso que actuase desde dentro, e impidiese la utilización de los resortes de defensa europeos. Tradicionalmente, este papel lo juega Reino Unido, pero Reino Unido no está presente en las instituciones monetarias europeas, y esto hacía necesaria la cooptación de un nuevo caballo de troya en Europa. Todo apunta a que Angela Merkel, política sin personalidad, agobiada por la depresión de su país, y cuya extracción germano-oriental parece haberla hecho inconsciente de la importancia histórica del proyecto europeo (para Alemania sobre todo), habría aceptado este triste papel, que la historia tendrá que juzgar.
El ‘acuerdo’ permitiría a los hedge funds involucrados hacer enormes ganancias en los mercados de deuda, en los que actúan en coordinación con los medios de comunicación y las agencias de calificación, a sabiendas, además, de que las defensas europeas están siendo debidamente neutralizadas desde dentro. Por otra parte, los ataques coordinados contra las economías europeas más débiles producen una huida de sus mercados de deuda, y una correlativa búsqueda de refugio en la deuda de Alemania, que de este modo consigue asegurar, y abaratar sustancialmente, la financiación que necesita.
No sorprende, en este sentido, que la prensa alemana se haya convertido en una factoría de rumores sobre el ‘inminente rescate’ de otros países, ni que la propia Canciller Merkel evite cuidadosamente desinflar esos rumores. Así ocurrió, por ejemplo, el 15 junio de 2010, cuando un periodista le preguntó si la UE estaba preparando el rescate de España. Bastaba con decir la verdad—que no se estaba preparando, como luego se comprobó—pero Merkel escogió no decirla, evocando, eso sí, la posibilidad genérica de que España hiciese uso del fondo de rescate... El resultado fue, por supuesto, un nuevo ataque a la deuda española. Posteriormente, las autoridades de la Unión Europea tuvieron que reprender al propio gobierno alemán por difundir rumores de rescate sobre otros países. Considerando el peso de Alemania en la UE, muy cargadas de razón tenían que sentirse esas autoridades comunitarias antes de señalar con el dedo al gobierno de Merkel.
Y parece obvio que del otro lado del atlántico se le está dando al ‘acuerdo’ la misma cobertura política. El Presidente Obama, que curiosamente visitó Berlín antes incluso de ser elegido, ha evitado cuidadosamente visitar España, no sea que se interprete como un signo de confianza o respaldo al país. No participó siquiera en la reunión UE-EE.UU. que inauguraba la Presidencia española de 2010, algo que no tiene precedentes. Y, cuando finalmente Obama habló por teléfono con el Presidente Zapatero, lo hizo sólo para instarle a hacer reformas económicas, comunicándolo a la prensa en estos mismos términos, poco diplomáticos.
Y por debajo de este lenguaje de gestos se manejaba la operación. Mientras los ataques especulativos se intensificaban, el Reino Unido y Alemania hacían todo lo posible por vetar cualquier acción de defensa. Reino Unido lo hacía en las instituciones de la UE, particularmente en el Ecofin, donde dificultó cualquier acción restrictiva de las agencias de calificación, o de los seguros de impago al descubierto (CDS), que eran la munición con que se estaba atacando a los países objetivo; Alemania, por su parte, lo hacía en las instituciones del Euro, impidiendo cuidadosamente la aprobación de cualquier rescate de Grecia que apaciguara a los mercados, negando su aprobación general a la intervención del Banco Central Europeo en los mercados de deuda, y arrastrando visiblemente los pies ante la eventual emisión de eurobonos.
Pero toda esta operación requería un amplio respaldo mediático, como complemento al ya descrito respaldo político. Esta es la función asignada a la odiosa campaña de los PIGS, un término de laboratorio obviamente dirigido a generar desprecio y desconfianza hacia los países objetivo. En unos tiempos en que el lenguaje periodístico anglosajón y alemán se caracteriza por una extrema corrección política, llama poderosamente la atención esta excepcional licencia para aludir abiertamente como ‘cerdos’ a varios países europeos, ‘socios’ europeos, para mayor escarnio. Hace un año, un tabloide alemán titulaba ‘España debe sangrar’, acompañado de una ‘sutil’ foto de un torero entrando a matar a un cerdo. Y no fue una excepción. Por aquellos días proliferaron caricaturas de cerdos vestidos con banderas españolas, italianas, etc., en un ejercicio de abierta xenofobia que no se recuerda en Europa desde los años 30…
La Unión Europea es un proyecto político de vida en común, que requiere un sustrato de entendimiento y simpatía entre los pueblos que la componen. La decisión de Merkel subvierte una línea fundamental de la política exterior alemana, consistente en ganar la confianza y el aprecio de los pueblos europeos después de la experiencia de la II Guerra Mundial. Hace perder décadas de progreso alcanzado por sus predecesores políticos de uno y otro signo. No es extraño que los socios europeos que se han esforzado en construir unas instituciones comunes se sientan traicionados al ver que cómo esas instituciones están siendo maniatadas por el gobierno alemán para facilitar su hundimiento. Pero la mayor traición es al propio pueblo alemán, que no le dio un mandato para deshacer Europa, ni para degradar la imagen de su país, ni para dilapidar el liderazgo de Alemania en la construcción europea.
Pese a su condición de hija de Pastor protestante, parece que Angela Merkel nunca leyó el pasaje bíblico sobre la pérdida de la primogenitura por un plato de lentejas…
Anónimo.