Artículo publicado en PÚBLICO, por Vicenç Navarro. 5 de enero de 2012.
La Guerra Fría entre el mundo capitalista occidental, liderado por el Gobierno de EEUU, y el bloque soviético continúa a pesar de que este último ha desaparecido. El esquema de “buenos” y “malos” continúa en la elaboración de la memoria, con la desaparición de los claroscuros que impregnaron aquel periodo. Un ejemplo de ello es la gran celebración en memoria de la figura de Václav Havel, que fue un oponente destacado del régimen comunista de Checoslovaquia antes de ser presidente de la nueva República Democrática que sucedió al régimen comunista, y, más tarde, presidente de la República Checa.
A raíz de su muerte, ha habido una gran movilización en los medios de mayor difusión y persuasión del mundo occidental, que lo han definido como un gran luchador por la libertad y “ejemplo para toda la humanidad” (tal como lo identificó uno de los mayores rotativos de España). Su liderazgo en la lucha contra la dictadura comunista en Checoslovaquia fue motivo de homenaje, tanto en su vida como en su muerte. El filósofo francés André Glucksmann lo presentó como un punto de referencia para el proyecto europeo que, según gran número de sus admiradores –desde Madelaine Albright, exsecretaria de Estado de EEUU, al propio Glucksmann–, debiera basarse en el concepto y práctica de libertad representado en la figura de Havel.
No tengo ninguna reserva en saludar a cualquier persona que haya luchado en contra de una dictadura, sea del signo que sea. Y quiero, además, aclarar que mi persona fue considerada non grata en la dictadura soviética (calificativo que también me otorgó el régimen de Pinochet). Pero me parece un error ignorar el significado muy sesgado que quiere darse al término libertad, tal como Havel lo interpretó y vivió. Basar Europa en tal entendimiento sería reproducir la Guerra Fría que hizo tanto daño a las clases populares europeas y de otros continentes. Se olvida con excesiva frecuencia que la Guerra Fría no fue sólo el conflicto entre el mundo capitalista occidental, liderado por EEUU, y la Unión Soviética, sino también la promoción del modelo económico-político estadounidense, identificado como el punto de referencia de aquellas fuerzas que deseaban la libertad.
Y es ahí, en la gran mayoría de homenajes que se han hecho a Václav Havel, donde se ha ignorado el papel activo que este jugó en la promoción sesgada del significado de libertad. En este coro de elogios y alabanzas se ignora que en su lucha como soldado en la Guerra Fría, Havel fue responsable de hechos y decisiones que cuestionan seriamente su imagen de luchador por la libertad. Su sumisión –casi docilidad– hacia el Gobierno estadounidense y su política exterior, explica su apoyo incondicional a la Guerra del Golfo, originada por el presidente Bush padre (que costó la vida de más de 100.000 personas civiles), a la invasión de Irak por el presidente Bush hijo, y su apoyo al bloqueo de EEUU a Cuba, sin expresar nunca ningún apoyo a los atropellos a la libertad que ocurrían en El Salvador, Colombia, Indonesia u otros regímenes dictatoriales o autoritarios próximos a Washington. El amor a la libertad de Václav Havel era muy selectivo, según las conveniencias del Departamento de Estado de EEUU. Y su supuesta oposición a las dictaduras perdió credibilidad cuando su Gobierno vendió armas a Filipinas, a Tailandia y al ejército liderado por el general Pinochet (ver Michael Parenti, Blackshirts and Reds, de donde extraigo gran parte de los datos de este artículo).
Fue un entusiasta del sistema económico vigente en EEUU, que podría definirse como un capitalismo sin guantes y sin frenos en el que el 42% de las personas que se están muriendo están preocupadas de cómo pagar sus facturas médicas. Su Gobierno privatizó la gran mayoría de propiedades y servicios públicos (desde la red pública de escuelas de infancia a los centros de salud), vendiendo grandes empresas públicas y explotaciones agrícolas en términos muy favorables a inversores extranjeros. Gran parte de la infraestructura del país pasó a ser propiedad de empresas extranjeras. Restauró la propiedad de grandes fortunas y haciendas que habían pertenecido hasta 1928 a la aristocracia (del imperio austrohúngaro) y a las grandes familias, siendo su propia familia una de las beneficiarias de tal restitución.