Gates y Rasmussen intentan una nueva extorsión
Los cofres del complejo militaro-industrial estadounidense están vacíos y el Pentágono ha confiado a Robert Gates y Anders Fogh Rasmussen la misión de presionar a sus aliados. Como todos los extorsionistas, estos prometen «protección» a sus interlocutores.
Red Voltaire | Ginebra (Suiza)
- © Security & Defense Agenda
A pesar de su carácter repetitivo y sistemático, la ofensiva que dirigen Robert Gates y Anders Fogh Rasmussen en el seno de la OTAN resulta sorprendente por su falta de contacto con la realidad.
El 10 de junio de 2011, en su discurso de adiós ante la Security & Defense Agenda [1], el secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, subrayó que los miembros europeos de la OTAN quieren gozar de la protección estadounidense, pero son en su mayoría incapaces de contribuir de manera significativa a las operaciones actualmente en marcha y los exhortó a aumentar sus presupuestos militares.
En entrevista concedida al diario británico The Guardián y publicada el 15 de junio de 2011 [2], el secretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen abundó en ese sentido: «El agrandamiento de ese abismo económico puede conducir también a un agrandamiento del abismo tecnológico que puede obstaculizar las capacidades operativas de nuestras fuerzas entre sí. Los americanos siguen proporcionando equipamiento militar cada vez más perfeccionado mientras que los europeos se quedan muy por detrás. Aunque exista la voluntad política, la cooperación pudiera hacerse muy difícil a causa de ese abismo tecnológico».
En primer lugar, estas quejas no son nada nuevo. De forma más o menos sistemática, el Pentágono suele dar la señal de alarma, anuncia que la situación es crítica… y pasa el cepillo. También sistemáticamente, los aliados empiezan haciéndose los desentendidos y acaban metiendo la mano en el bolsillo… hasta la próxima vez. El discurso no es nuevo, pero el contexto ya no es el mismo, lo cual provoca un extraño efecto de desequilibrio.
Veamos los hechos: Estados Unidos se encuentra al borde de la bancarrota. Está financiando sus ejércitos con una moneda que no es más que papel mojado: el dólar. Como el complejo militaro-industrial es incapaz de cuestionarse a sí mismo y de reducir sus gastos, el Pentágono quiere obligar a sus aliados a implicarse en conflictos que nada tienen que ver con ellos para que utilicen así armas y municiones que tendrán que reponer, pagando por ellos altos precios.
Vale la pena recordar el contexto. En 2010, Grecia –Estado miembro de la OTAN, de la Unión Europea y de la eurozona– ya no logra pagar sus deudas. La decisión que se tomó para salvar a ese Estado no es reducir su deuda, sino aumentarla. Estados Unidos, Alemania y Francia le han inyectado fondos, a través de la Unión Europea y del FMI, obligándolo al mismo tiempo a comprar aviones de guerra y submarinos para que se defienda de otro Estado, que también es miembro de la OTAN: Turquía.
El gobierno de Atenas está cerrando servicios públicos y vendiendo sus empresas estatales por unas migajas de pan, pero se ve al mismo tiempo obligado a mantener un presupuesto de defensa de proporciones delirantes, que representan proporcionalmente casi el doble del presupuesto de defensa de Francia. Resultado, un año después Grecia se derrumba.
En el fondo, la situación no puede ser más clara. La OTAN no protege a sus miembros sino que los extorsiona. Prueba de ello es el caso de Grecia ante Turquía. Y en estos tiempos de crisis económica, el extorsionista se vuelve cada vez más violento.
Como de costumbre, el único en decir públicamente lo que piensa al respecto ha sido un francés. El almirante Pierre-Francois Forissier, jefe del Estado Mayor de la Marina de Guerra de Francia, declaró que la movilización de fuerzas francesas contra Libia comprometería rápidamente las posibilidades de dichas fuerzas para garantizar la defensa de su propio territorio nacional.
Su declaración, en forma de aviso previo, se hace más comprensible para quienes recuerdan que el almirante ya se había pronunciado contra la participación del portaaviones francés Charles de Gaulle en ese conflicto.
Su declaración, en forma de aviso previo, se hace más comprensible para quienes recuerdan que el almirante ya se había pronunciado contra la participación del portaaviones francés Charles de Gaulle en ese conflicto.
El jefe del Estado Mayor de la Marina de Guerra de Francia estaba cumpliendo así el papel que le corresponde. Lo mismo que había hecho anteriormente su homólogo de las fuerzas terrestres francesas, el general Bruno Cuche, cuando expresó sus dudas sobre la participación francesa en la guerra contra Afganistán y se opuso al despliegue de tanques Leclerc en ese país.
Posteriormente, el presidente Sarkozy forzó al general Cuche a dimitir, a causa de un incidente que provocó varias muertes en un cuartel. Es de imaginar que la presidencia de la República utilice el primer pretexto que aparezca para deshacerse del almirante Forissier.
A fin de cuentas, la única interrogante realmente válida es la que ya formuló en 2007 Vladimir Putin en el marco de la conferencia de Munich [3]: ¿Por qué los europeos siguen siendo miembros de una alianza que va en contra de sus propios intereses?
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